lunes, 21 de marzo de 2011

Mares profundos

Yo solo te comprendo de una forma, mar. Empiezas en la arena. Suave y comprometido te enredas en cada curva presentado devoción al claroscuro de la media noche. De espuma y brisa construyes mis sentidos. Avanzas, cíclico, con una marea delicada que socava mis virtudes. Vas con el paso firme de los dioses, rompiendo las botellas que mil náufragos abandonaron en la orilla.
Yo solo te adivino en el embate arrebato de tus palmas tibias. No voy a mentir, disfruto el momento complejo en el que te haces a mi vientre, vestido de corsario, reclamando a voces la bandera de mi incredulidad. Surcas la espalda, el cuello, las comisuras y entierras el tesoro en la isla perdida de mi imprudencia. Te diviso en la borrachera de mis necesidades, entre el ruido de viejas canciones y el brillo de las gemas de mi pasado.
Atardecer en medio del océano, Thomas Moran,
óleo sobre lienzo, colección privada.
Yo solo puedo verte como litoral. En aquella costilla en la que estallan las promesas de Adán escondes el último atardecer. Horizonte abierto donde el viento huele a sal y escribe tu nombre en cada poro. Abrasas mientras abandonas mi cuerpo en caída libre hacia un lecho de corales que remedan mis culpas.
Creo que tu puedes sentirme solo cuando me pretendo océano. Cuando, buscando en tu costado una excusa, subo la temperatura, amedrento el oleaje e invento para ti un azul profundo de fruición. Animas cuando cantan las sirenas y gimes cuando se resiente Poseidón. Trazas, entonces, un mundo nuevo a partir de la historia que te susurraron la Nereidas y me rodeas de la incandescente sensación de tu gravedad.
Yo, deseo, solo te entiendo en el continente salobre de mi cuerpo, que se hace agua ante tu presencia.  Concibo entre tus sencillas corrientes edades completas, designios que menguan con la llegada del día. Intuyo al fin, que este fugaz escarceo es fruto de mi ciclo lunar. Así, mar, vientre, sal, luna y tú, me pertenecen.