viernes, 13 de mayo de 2011

También llueve en tu piel.

Porque hay quienes me permiten ver mis estaciones.

En tu cuerpo se hace sol y eres verano. Cuando te descubrí, una tarde tibia en que la estación ruborizaba al cielo, te me antojaste imponente y a la vez coloquial. He de confiarte que pintas el firmamento de rayos iridiscentes, atrayendo todo a tu alrededor. Elevas la temperatura del ambiente, desvistes voluntades, ciegas virtudes y enciendes vida. En ti, la sequía de arranques que solía ocupar mi playa, se desmorona cual si hubiese sido de arena. Apoderado de cada poro, arremetes contra siglos de conocimientos astrológicos: te haces austral entre cuatro paredes,  al mismo tiempo eres boreal mientras recitas un verso y discurres a mis comisuras. En ti he descubierto la venia del trovador, pues las noches se hacen cortas, los días más largos conforme transcurres en mi vida. De pronto, bajo la comanda del compromiso que le firmaste al presente, aparece el equinoccio que merma tu ansiedad. Cronos te es infiel y tu giras a otras latitudes.

Ves el mundo con ojos de otoño. En el hastío de tus convenios le has forjado un nuevo verbo a tu futuro, la hojarasca. Entiendes que el paisaje pinta ocres y olvidas que fuiste feliz mientras eclipsabas mi cuerpo. Está casi consumada tu cosecha pues brilla entre tus dedos la fortuna de pasado.  Amedrentas mi necedad al tornarte una ventisca e insinúas con sutileza el poder de tus cambios. Yo, que alterno de eje sumida en la fuerza de tu gravedad, me inclino a pensar que todo esto es un mero capricho tuyo. Quieres demostrar que ni en meteoros ni en fauna puede una mujer intuirte. En el sueño de un dios anciano se inventa tu siguiente solsticio y cambias de nuevo el termómetro para volver mi rima un simple galantería. 
Gustave Caillebote (1848- 1894)
Lluvia.
Óleo sobre lienzo, Museo de arte de la Universidad de Indiana

También llueve en tu piel. A veces como viento huracanado, otras como llovizna que alerta todos los sentidos. En ti no hay nubes que permitan predecir el torrente que se avecina, menos aún alcaravanes que te rueguen con trinos. Estas siempre a la expectativa del vapor, con la sola finalidad de precipitarte sobre mi. Entonces, el bosque  de mis dudas aplaude tu invierno con ramas pobladas de expectativas. Aquella tormenta, en la que te reconozco, puebla mi espalda de centellas. Se crea luz a partir del agua y mis manos no alcanzan para bendecir tu alquimia. Inicia el estruendo, mi ser te espera con los pétalos abiertos. Luego del chubasco aparecen cientos de senderos que antes no existían, delineados por millones de gotas que intentan seguir el rastro de tus manos. Surge también el olor de los cuerpos húmedos, la tierra mojada en su mejor expresión. Como temporal es imposible predecirte. De ti no hay ciencia o esquema al final del noticiero, solo un aguacero tibio que hace florecer la idea del siguiente encuentro. En confabulación perfecta con Hades inventas tu siguiente equinoccio y Deméter prepara ti su mejor elogio.

Eriges en mi mente una visión fantástica: un sustantivo que se sostiene sin las muletas de verbo o adjetivo, nosotros. Me escribes de nuevo y eres primavera. Una visión onírica en la que mil faunos danzan coronando a las musas. Construyes de miel los atardeceres y los transeúntes te confunden con la libertad o la juventud. Abres el paisaje, entras por todos mis sentidos, provocas éxtasis en cada rincón. En mitad del placer me confundo y tu, adscrito a las leyes cíclicas del cambio frecuente, abandonas el entorno prometiendo abundancia a costa de tesón. Te inventa la flora un solsticio que se vuelve fábula y el círculo vicioso vuelve a dar inicio, mientras yo, producto de tu regodeo, me hago sostén de tus deseos. 
Me desespero. Así, en flor y fruto como me haz fraguado, solo puedo rogar por una canícula de tu presencia.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Sonrisa de santo


La tentación de San Antonio, Salvador Dalí.
Óleo sobre lienzo, colección privada. 

Despertó con la sensación de tener los músculos embotados. Su primer gesto fue una sonrisa a medias. Aún era muy temprano para esbozar una sonrisa completa y, como he dicho antes, Antonio no se sentía como él mismo esa mañana. Trató de seguir la rutina de siempre: estirar los brazos, componer la sotana, tratar – disimuladamente – de pulir su nombre para que los feligreses no se confundieran. No pudo hacer nada. Para su malestar descubrió que se hallaba de cabeza con trece monedas frente a él. Entonces la sonrisa fue completa, quizá carcajada. ¿Quién cree posible encontrar amor por tan poco dinero?