lunes, 15 de agosto de 2011

Asesina de sueños


Sueños Esmeralda,
Morgan Weistling (1964)
óleo sobre lienzo,
Colección de Fred y Sherry Ross.

Tenía demasiados sueños enredados en las manos cuando alcancé a espabilarme. Los vi detenidamente con afán de recordarlos.  Sentada en mi palma estaba aquella fantasía hermosa, ataviada en seda como las musas, en la que todo eran sonrisas y canciones, tul y expectativas. De mi pulgar se sostenía la quimera de mi evolución, mordisqueando una manzana de forma lujuriosa para hacerle burla al sacramento. En el índice estaba un espejismo fabricado de tinta; carente de color, escribía a toda prisa en una máquina antigua que no tenía vocales. En el dedo medio, incrustada a fuerza en la uña, sangraba la visión de mis vidas alternas, las que no viví por temor o por ansiedad. En el anular, vestida de platino, la alucinación esquizofrénica de pertenecer a una sociedad estructurada vendía un diamante. Del meñique, caníbales, pendían juntas una pesadilla y una ilusión, que trataban – sin éxito – de engullirse mi dedo. Mala suerte la de aquellas visiones, pasó un zancudo aleteando su intensión de alimentarse y, de un manotazo, acabé de  una vez por todas con el insecto y todo el montón de tonterías con las que se entretiene mi subconsciente.