martes, 23 de noviembre de 2010

Cordura selectiva.


Han Wu-Shen (1950-), Bloodline, óleo sobre lienzo
Colección Privada. 

Reía a carcajadas mientras el hombre frente a mi dictaba la sentencia más absurda que había escuchado en mi vida. En resumen o en palabras simples: estas loco, dijo mientras se arreglaba las gafas. Incliné la cabeza hacia el lado izquierdo y traté de disimular la ironía que empezaba a delinear mis ojos.  Lo primero que se me vino a la cabeza fue el recuerdo de mis años de escuela. Como fui un niño precoz para el habla y el caminar, mis padres, algo cansados de la sobrecarga de energía que me corre las venas, decidieron llevarme al jardín de niños un año antes de lo previsto. Así que a mis tres años tuve mi primer encuentro con un psicólogo, bueno, he de corregirme, creo que era mujer – no vayan a creer que lo recuerdo, es que vi en algún momento su firma en los papeles de admisión a la escuela – y una no muy ilustrada porque escribió con letra redonda y pluma azul: "desorden de déficit de atención e hiperactividad marcada, incapacitado para las relaciones social/personales, se recomienda aislamiento en aulas especiales y medicación por parte de especialista". Nunca conocí a alguien más equivocada en mi vida, de todo lo que dijo nada se hizo realidad. Siempre pude poner atención, el problema real es que soy un tanto selectivo con las cosas que me gusta escuchar y, además, me gusta acomodar lo que oigo para que encaje a la perfección con las ideas preconcebidas por mi imaginación. Hiperactivo si soy, pero eso no tiene nada de malo, me hace más productivo que el resto. De aulas especiales ni hablar, mi madre supo enseñarme a ser un caballero y me acoplé a los requerimientos del mundo sin mucho peso. Lo de las relaciones dejémoslo en puntos suspensivos y en que no he recibido quejas hasta ahora. La parte importante es que tengo diagnóstico y tratamiento, que voy a curarme si yo así lo decido y que si me esfuerzo en poco tiempo seré normal…
Ahora todo eso parece un poco distante, incluso el médico y su discurso formal con dictamen. Recuerdo con claridad que indicó un tratamiento indispensable, apuntando claramente las consecuencias de desobedecerlo. Es más, creo que mientras me enjuagaba las manos por enésima vez, recordé que lancé todas las pastillas al retrete y  les celebré un funeral mientras dejaba fluir el agua. Puedo evocar claramente la habitación desordenada, el sonido de la música electrónica y a las 3 mujeres que bailaban frente a mi. Si lo pienso sentado a la orilla de la tina, que tiene forma escueta de corazón, creo que el asistente del médico estaba conmigo y fue él quien trajo las cervezas.  Recapacitando, las manchas rojas en la alfombra son producto de que logré decapitar a mis 4 acompañantes de un solo movimiento, luego de que el hombre repitiera mientras bailaba: Te prefería loco, así, tan prudente como vos estas no tenes sabor. Él si sabía a algo, para mi disgusto, a lo mismo que sabe mi cordura selectiva.    

domingo, 21 de noviembre de 2010

Plurales.

Al plural que se volvió pretérito entre mis brazos.

Pasé contigo todos los pronombres personales. Fui yo quien siempre anheló más de tus labios, que entreabiertos, me hacían obsesivo el gusto de observarte dormir. Tu cobraste gusto por  desmenuzar mis inseguridades, ahuyentando de mis verbos el futuro. Ella nunca te dejó respirar, él jamás me permitió olvidarlo.  La gente que poblaba nuestras vidas juzgó cada milímetro hasta volver kilométrico el desencanto. No me gusta buscar culpables pero creo que ellos se robaron la endorfina. Para cuando pude cobrar conciencia el idilio del nosotros moría luxado por cada una de sus consonantes. Descubrí que los morfemas del plural, que permiten más de dos singulares en su léxico, prefieren conjugarse en el pasado. 

miércoles, 10 de noviembre de 2010

El edicto del universo. Creación compleja.

A J, porque los latidos nos inventan.

Fue un golpe que pronto se convirtió en zumbido. La corteza de los árboles y las rocas de los ríos se acomodaron, produciendo un sonido casi estruendoso. El rey, cómodo entre sus cafetos, arropado con neblina, despertó cuando escuchó tanto alboroto. Se frotó los ojos y trató de ubicar la procedencia de aquel rumor.
The Knight of the Flowers, Óleo sobre lienzo,
Museo de Orsay, Paris, Francia.
Desde su coronación, en el lecho lacustre más claro de mundo, no había escuchado a la naturaleza hacer tanto barullo. Además, él era el dueño de todo. Nada ocurría sin que el rey, previa consulta con el concilio de astros, diera su autorización: ni los vientos soplaban, ni el agua buscaba el vientre del mar, el rayo no iluminaba el horizonte con garras de acero o los árboles floreaban gestando su fruto. En fin, absolutamente nada ocurría sin que el hombre, promulgado como absoluto emperador, así lo decidiera.
Mientras buscaba el origen del susurro, el rey se reconoció cansado. Tomar decisiones tan frecuentemente se estaba volviendo un martirio. Congenió con el sol la creación de las estaciones, para que éste tuviera descanso. A la luna le daba de alta todas las madrugadas. Incluso las constelaciones decidieron aparecer solo en ciertas épocas del año. Además, orquestar la naturaleza que tanto amaba, lo dejaba rendido. El monarca se dio cuenta que dormía más de lo habitual y que, a veces, no disfrutaba su creación como antes, cuando todo parecía tener un matiz nuevo. Se rindió a la sensación de pesadez, tomó asiento en la hierba larga de una planicie y recostó su cabeza sobre la panza redonda de la tierra. El sonido, que antes no tenía forma, tomó un ritmo precario. Lub, dub, lub, dub, lub, dub, repetía la entraña de la tierra. El hombre despegó el oído del terreno y meneó la cabeza para acomodar sus sentidos. Abrió sus manos, presionó fuerte hundiéndose por completo en la carne de la planicie. Apretó los ojos hasta que no pudo ver ni siquiera oscuridad y agudizó el sentido. Lub, dub, pronunció el interior de su dominio, en un intento desesperado de comunicarse con él. Sin saber cómo, el sonido se fue acomodando hasta cobrar un ritmo preciso, que recordaba el movimiento de las hojas en las copas de los árboles. El soberano se entregó al golpeteo, alcanzó los linderos de su conciencia y se perdió en un sueño.
Despertó ataviado por un oleaje suave, viendo como la estrella de la tarde servía de heraldo a la luna. Hacía meses que el rey podía viajar a cualquiera de sus parajes con solo soñarlo, creaba nuevos linderos mientras dormía y así lograba descansar un poco. Se dirigió a los astros temiendo haber sido destronado: “¿Qué resuena en el centro de la tierra? ¿Por qué la premura? ¿Hacia dónde corre ese sonido que tanto me distrae?"  El sol sonrió y explicó paciente: “Haz ordenado bien el mundo rey, ha cobrado vida.”   El monarca, siempre elegante, hizo una reverencia e infló el pecho: “ Lo que escucho, entonces, es el latido de mi creación”, afirmó, galanteando con su imagen en el agua. “No, respondió la luna mientras atiborraba el horizonte de plata, el rumor que oyes es tu propio latido. Recuerda que este universo es tuyo, fue creado a partir de ti, más nunca olvides que piensa, siente y cambia a su antojo. Tu serás siempre el regidor absoluto, pero en libertad es dónde tu firmamento será más fructífero.”  El rey no comprendió a la luna, tal sonido no provenía de él. Se sentó agobiado. Enterró sus manos en la arena y, esta vez, pudo palpar el latido. Lub, dub, afirmó de nuevo el terreno, provocando que del rostro del rey brotara por primera vez una lágrima. “ A eso me refería, dijo la luna, ahora tu creación también es capaz de inventarte a ti”. 

domingo, 31 de octubre de 2010

El olvido de Poseidón.

Les Océanides, Gustave Dore 1869, Oleo sobre lienzo,
colección privada.


El agua salió de mi. Llenó todo: la almohada, el piso, las sábanas, incluso logró alcanzar la mesa de noche y salpicar varios libros. Estaba teñida, sabía a metal. Tomé aire con la intención de suspirar, ni una sola partícula de oxígeno quiso entrometerse. El dolor, que golpea mi costa con ritmo de oleaje, me había dejado desgastada. Alcancé el baño entre tropezones, la sangre parecía brotar de más lugares de los que mi mano podía cubrir.  La sentencia del mar que llevo dentro me alcanzó de nuevo, vomite. Cuando mi anatomía decidió guardar la compostura estaba sentada al lado del retrete, abrazándolo como si fuera mi amigo más entrañable. Me sostuve lo más fuerte que pude de la tapa, la marejada golpeó de nuevo. Mi cuerpo parecía estar sometido a una marea roja que escapaba de mi a borbotones. Logré sentarme cerca de la ducha, recliné la cabeza sobre la puerta de vidrio. El cuarto de baño parecía prendido en llamas: la sangre brillaba en todos lados con la ayuda de los rayos de la luna. Las gotitas explosivas habían logrado alcanzar los lugares más recónditos, la escena parecía preparada de forma meticulosa. Controlé mi respiración, apacigüé las aguas. Muchas veces he creído  que soy dueña del mar, pero nunca he adquirido la cola o el tridente de Poseidón. Me sostuve de la pared para llegar al lavabo. Un delgado hilo de sangre dibujaba un camino sinuoso de mi comisura al cuello, me limpié pero el sabor metálico de la vida no me abandonó. Volví despacio la cama. Sentada, viendo como las aguas de mi vida se violentan contra mi, te divisé en el rabillo del ojo izquierdo. Tu también te alejabas. No estoy segura de la razón de mi desmayo, pero por serle fiel a mi necesidad de drama – la cual, valga decir, viene encriptada en el cromosoma X – me gustaría pensar que fue por tu partida, quizá solo fue la cantidad excesiva de sangre. Cuando recobré la conciencia pude darme cuenta de que pasaba: luego de tanto años de reclamar posesión, Poseidón por fin decidió concederme sus dominios y, con tu partida, metió todo su mar dentro de mi. El dolor que siento ha teñido las aguas de sangre y ellas, fieles a su dueño original de tantos siglos, intentan escapar, con el mismo ritmo de las olas del mar. 

jueves, 21 de octubre de 2010

Crisis.

Cuando la madrugada floreció, descubrí que sin ti me alcanzó la crisis. Mi lanificio tuvo que ser clausurado, pues los ovinos se revelaron uno a uno, argumentando que - por soñarte - abandoné mi vicio de pintar la cerca mientras los veía saltar. Los cigarrillos decidieron hacer una pira funeraria con tu recuerdo. Votaron, por decisión unánime, a favor de tu destierro.  El café y el alcohol, los más fieles compañeros, se amotinaron en los estantes de la cocina. Hicieron una trinchera detrás del polvo y las especias, mantienen cautivos al sacacorchos y la cafetera, pidiendo un recate que no puedo pagar. El bolígrafo se vistió con faltas de ortografía y luce, con la elegancia de una prostituta, un tapón mordido y un verso olvidado. Por tanto sentimiento, hay escasez de verbo, ausencia de sustantivos y yo no puedo adjetivar . Me di cuenta que la maldita crisis vino a quebrar hasta los astros que, por culpa de mis frecuentes despilfarros en los viajes al abismo de tu amor, pusieron en el cielo encapotado un letrero: “Cerrado por remodelación”. Hay crisis en el mundo y yo solo ansío tu regreso para resolver el conflicto de mi corazón. 

martes, 12 de octubre de 2010

Los besos de las tres.


Apunté a tu corazón, lo admito.
Cuando Cupido murió en mis brazos hace algunos años, atravesado por un disparo de indiferencia, juré que no dejaría escapar de nuevo el amor. Por eso me aferraba a la tasa de café como si el mundo estuviera a punto de hundirse. Por eso te miraba con el filo del claroscuro y mi pelo construía las parábolas del viento.  Por eso te ajusticié con estrofas de trova y arremetí contra tu cordura  con versos viejos. Esa fue la razón de mi comportamiento mitológico y de mis ademanes paganos. No tengo nada que ocultarte. Me vestí para matar: falda con flores, sol en las piernas, dagas en las venas.  Empujé la mesa hasta atrincherarte el deseo, comprometí cada una de tus fibras prometiendo que la arritmia cedería si tu complacías al deseo.  Todo el armamento – la dinamita de mi sonrisa, la pólvora de mi cuello, las balas en los ojos, las bombas escondidas en los verbos – estaba diseñado para que sucumbieras y, levantando una bandera blanca, le dieras cabida a mi presencia.  Admito, también, que nadie me puso sobre aviso. Los besos que inician en la hora tercia, en el café de la esquina, se prolongan por todas las madrugadas de tu cuerpo. 

domingo, 10 de octubre de 2010

El edicto del universo

A un creador de vida, con la misma promesa que la luna.

Hace muchos años, siglos tal vez, cuando en el mundo solo había un monarca que vagaba errante entre sueños y deseos, se sentaron las estrellas a deliberar sobre él. Me quedo corta con hablar de estrellas, fueron, más bien, todos los astros. La tierra, llena de mares y colinas, con valles plagados de cafetos y montañas con niebla, no podía pertenecerle solo a un hombre.
Franck Dicksee- Victoria, un caballero siendo coronado
con laureles
- óleo sobre marco, colección pública.  
El sol, suntuoso y egocéntrico, más gravitacional que el resto de los presentes - y sentado en la cabecera de la mesa, como le correspondía- habló con luz: El hombre está preparado, sabe lo necesario. Tiene el poder del verbo y la sentencia del adjetivo, no necesita más. La luna, escondida en la región más oscura de la mesa, esgrimió una sentencia por su compasión femenina: No - dijo menguando un poco- aún no está listo. No tiene centro como tú. Gira desordenadamente, creando caos, haciendo vida sin ton ni son. Las constelaciones más viejas, al unísono, asintieron, brincando entre las estelas de luz que dejaban varios cometas. Un nebulosa, sencilla y pequeña, sentada al lado del sol, preguntó: ¿Qué hacemos entonces? Si el rey no está preparado nadie podrá gobernar la tierra. Su maravilla quedará vacía, exhausta, olvidada. Todos guardaron silencio. Parecían haber encontrado la primera falla en aquel universo reciente. Se veían las caras tratando de acertar una respuesta, a tiempo que ocultaban su sentir real sobre el rey. Se adelantó entonces una pequeña enana roja, casi extinta. En un tiempo, mucho millones de año atrás, fue más poderosa que el sol. De ella solo quedaba un rescoldo, un esbozo de luz que lograba espantar un poco la oscuridad abisal del infinito. Dijo con voz quebradiza: este hombre ha hecho que yo vuelva a soñar con olas que empujen nuestra luz a los mares. Crea océano y vientre. Palpita, como ninguno de nosotros puede hacerlo. Sangra, suda y llora. Si alguno de los aquí presentes puede emular eso, que tome su trono en este momento, que lo haga abdicar. El universo entero guardó silencio. Comprendieron de pronto, sol, luna, estrellas y nebulosas, que el hombre había sido creado para recibir la bendición infinita de la creación perpetua. Solo el, en su condición de imperfecto, de humano, podía erigir. Se apartaron entonces de la tierra, prometiendo sendos regalos para el rey: el sol iluminaría sus días con rayos dorados para cubrirle el mar de oro. La luna bañaría los cafetos por las noches, con su panza de plata, para que el monarca pudiera seguir edificando aún en la oscuridad. La estrellas harían constelaciones idílicas, para que el rey soñara con nuevos caminos, con nuevas formas de vida, con aventuras fantásticas, quizá con una mujer. Las nebulosas se ocultaron un poco, prometiendo iluminar la ciencia de aquel ser que, rodeado de neblina y universo, sería el inventor de este nuevo firmamento. 

miércoles, 6 de octubre de 2010

Musas Insurrectas


Fue el mismo día que murió Daniel Ortiz y otros cinco infortunados que, por falta de identificación y  a fuerza de violencia, fueron etiquetados en la morgue como XX. Yo trataba de escribir, quería paz. Como es costumbre, buscaba suplir mis carencias en el sitio menos adecuado. Nada parecía funcionar para que el texto surgiera. Escarbé en viejos libros y las líneas me parecían incongruentes. Puse discos, vagué por el centro de la ciudad un par de horas, hasta me fumé un cigarro, pero nada quiso venir. Las palabras simplemente danzaban desordenadas y atravesaban mi mente con la fugacidad de los astros que cumplen deseos.  Me falta una musa, pensé. Exenta de inventiva traté de encontrar el equivalente masculino de tales deidades. Por conveniencia, mi atiborrado cerebro me propuso un cambio de vocal – muso – y descubrí, sorprendida, que la palabra existía, pero con terminología despectiva y sin tanta mitología de por medio. Me dio por maldecir. Octubre tenía ganas de ser noviembre, vestía pieles frías vientos nuevos.
La musa. Gillaume Seinac. Colección privada.
Redundo, como buscaba paz  se me ocurrió que, carente de semántica, la única opción posible era dormir.  Acomodé la almohada, me puse los audífonos y cerré los ojos. No pasó mucho tiempo para que Mnemea apareciera. Vestía una túnica gris, raída de los bordes. Gesticulaba usando mis viejas sonrisas  a tiempo que derramaba lágrimas enjutas. Giraba en el mismo círculo comprometiendo mi vista miope. Alcancé a tomarla por el brazo y le pregunté por el pasado. Me escupió en la cara varios recuerdos: una cama tibia, una rosa seca, un allegro sin ritmo. Se proclamó dueña de mis verbos y me hizo olvidar mi capacidad de conjugar.  Más terciada aún, alcancé a subir el volumen de la música. Aedea cantó escondida entre las notas de un violín y de la melodía brotó una toga tersa color marrón. La diosa se balanceaba lento entre mis comisuras, haciéndome hablar un lenguaje que aún no puedo plasmar. Balbuceé hasta que la lengua se quedó rígida por tanta incongruencia y el cerebro se me entumeció. La vi con saña y apagué la tonada. Ella, sediciosa, me abofeteó con el peso de todo el repertorio barroco y se nombró a si misma dueña de mis adjetivos y mi métrica.  Yo estaba herida. ¿Quién puede construirse solo con sustantivos? Nada quedaba en mi repertorio cuando asomó Meletea. Agitaba una vestidura verde mientras flotaba por la habitación. Rumiaba mi incapacidad entre sus labios y repasaba mis vicios en su ojos. Recordaba todo lo que yo quería olvidar. Trataba de incorporarme pero sus hermanas me habían abatido. No soy nada sin mis líneas, alcancé a pensar. Con el último aliento me aferré a su ropaje,  ya no quería paz, solo que me devolviera mi vocabulario, si no era posible, por lo menos que me prestara un diccionario. La muy mítica apartó el rostro de mi y me empujó de nuevo a la cama. Se calificó como la dueña de mis sustantivos y, antes que pudiera atajarla de nuevo, salió corriendo por la ventana. Se llevó los últimos vocablos, la paz y mis almohadas.
Me desperté sobornada por el calor de las sábanas al medio día.  Corrí al baño para ver si alguna letra, la que fuera, aún quedaba en mi.  Nada surgió del reflejo. Solo era yo  con tres cicatrices nuevas en el rostro. Bajé por un café y el matutino leía: “ Las musas se sublevan por falta de alcohol y sexo. Motines en todas las calles. Los artistas buscan consuelo en  el pop, el dinero, el sexo y demás cosas cotidianas.”  

lunes, 27 de septiembre de 2010

Fecha de caducidad


Corrió hacia el tocador, abrió una gaveta y sacó tres frascos con etiquetas borrosas. Colocó la ligadura elástica, apretó el puño, golpeo con furia la coyuntura del brazo. Las venas saltaron de expectativa, esquivando varias marcas de punciones previas y sendos moretones. Cargó la jeringa y se inyectó. Sus mejillas cobraron un tono rojizo, las manos temblaron un poco, sacudió la cabeza, se sostuvo fuerte del tocador. Llenó de nuevo la jeringa, hasta acabar con el líquido de cada frasco. Sabía bien que excedía la dosis indicada, que podría perder la razón, desvanecerse por semanas, incluso morir. Nada importó. Presionó el embolo con fuerza, con necesidad. El líquido inundó las venas y alcanzó todos los linderos del cuerpo en un par de latidos. Ella inspiró profundo, caminó trastabillando en busca de la cama, se desplomó después de dos pasos.

Mantenía una sonrisa leve que tenía aire de querer convertirse en otro gesto. El rostro permanecía volteado en dirección a la escaleras, en espera. Su cuerpo imitaba la rigidez del piso. Varios hombres caminaban a su alrededor, trataban de recrear la escena. Uno tomaba fotografías, otro colocaba pequeños rótulos con números, uno más trazaba la silueta de su cuerpo con cinta adhesiva. El fiscal la veía detenidamente. Sostenía en su mano enguantada los tres frascos vacíos y jugaba con ellos. Otro hombre, que estaba sentado cerca del cuerpo buscando huellas digitales con un polvo similar al talco, interroga al interventor: – ¿qué cree que le pasó a ésta lic? Ya van tres que se nos mueren de sobredosis. – El hombre esparcía las partículas de talco sin el menor cuidado y, de cuando en cuando, miraba los brazos de la mujer moviendo la cabeza en negativa. Un periodista, que trataba de pasar desapercibido, disparó varias veces sus cámara, sacando al fiscal de sus cavilaciones. Argumentó sin ser tomado en cuenta dentro de la conversación: – Yo creo que es suicidio. Desde que salió la droga para mantener a la mujeres enamoradas por más tiempo, todas quieren morir en nombre del amor. – El abogado sacudió la cabeza, había visto varias muertes por sobredosis de estas nuevas drogas. Desde que un médico se aventurara a afirmar que no se requería más que una dosis diaria de varios neurotransmisores, la gente se inyectaba a diario para mantenerse en la eufórica sensación de la pasión sin fin. El mundo se había vuelto un lugar de gente sonriendo sin razón, todos tarareaban mientras caminaban y cruzaban miradas infinitas con completos desconocidos. La farmacéutica que producía las drogas se ufanaba de haber convertido el mundo “en un lugar más placentero”. Pocos eran los que escapaban a la tentación y trataban de generar romance al estilo antiguo. El abogado, partidario aún del las formas naturales de cortejo, expresó:  –Esta mujer no murió de sobredosis, jóvenes. Falleció porque su amor tenía fecha de caducidad. 

martes, 14 de septiembre de 2010

Una palabra.


Marcus Stone- In love-  Oleo sobre lienzo, Galería de Arte
de Nottingham.

Es siempre la misma palabra siniestra, que me amenaza por las espalda con un puñal. La hoja fría de su incisivo cuestionamiento me hace temblar. La he visto aparecer cien veces, transfigurarse, permutar, permanecer estática y levitar. Me confunde. Ayer, por ejemplo, apareció en el entresueño, vistiendo el cuerpo de un hombre alado. Fingía ser verbo y corría alrededor de la cama, lanzando galaxias de una bolsa maltrecha. Se tropezó y cayó de bruces sobre mi, me aplastó el pecho como siempre, la herida vieja sangró de nuevo. La empujé con desdén, sé de sus artilugios para enredarme. Me miraba fijamente desde el piso, tratando de exclamar algo sin usar la voz. Se sonrojó y esbozó una sonrisa pícara. Seguramente recordaba los días previos, en los que su disfraz era escarlata.  Instigaba mis necesidades con la miel de la fruición, me hacía temblar la espina con solo anticiparla. No puedo negar que me gusta verla. Retoza como los niños pequeños, escondiéndose detrás de mil rostros, moldeando sonrisas, escarbando el los besos, hurgando en los cuerpos. Recordé como fue adjetivo de tantos versos en el pasado. Allí, volaba ataviada de nubes y comandaba a los Céfiros. Todavía comprendía el lenguaje de las hadas, por eso trataba de complacerme aferrándose a lo improbable, conquistaba príncipes y desnudaba princesas.  El reloj corrió y se volvió sustantivo. Yo la cambié por otras palabras que sonaban más intrincadas, incluso por monosílabos que me hacían sudar. Me sirvió solo para hacer oraciones despectivas, donde la amenacé varias veces de muerte y la desterré de mi alma gritándole improperios. Estuvo entonces vestida de duda. Se hizo lluvia cada vez que podía y me carcomía los huesos mientras me vestía a oscuras, para recordarme que aún estaba allí, que esperaba aunque yo fingiera ser ciega. Me giré en la cama y le tendí la mano, después de todo lo que he pasado con esta palabra, con el amor, no puedo dejarlo tirado a los pies de mis madrugadas. 

lunes, 13 de septiembre de 2010

Actos desafiantes.

La asistente del escapista está a punto de remover la manta que cubre una caja de cristal. Las paredes del teatro, abarrotado por el momento de rostros incrédulos, están tapizadas con el cártel que lee: “Por primera vez en la historia, el gran HH desafiará a la muerte para mostrar el camino”. Luego de un tirón leve la caja queda al descubierto. Un rumor fuerte se levanta entre los asistentes. HH sostiene en su mano ensangrentada el corazón de la asistente. – Lo siento – dice, mientras deja caer el órgano – no soportaba más tanto latido. El corazón puede distraer más de lo que ustedes creen, prosigamos. 

domingo, 29 de agosto de 2010

Referente

Te uso de referente. Transito el tiempo aferrada a tus comisuras. El infinito está centrado en tu pupila que, dilatada, me regresa la imagen de una catástrofe: amor a la más vieja usanza. Me abandono en el hábito de tu tacto y los relojes de arena vierten su contenido en mi espalda. La implosión que causamos, después del descuidado beso, ha dejado astros rebotando por toda la habitación. En tu descuido me volví una metáfora y voy cavilando tu muerte entre encajes y sedas. Estas destinado a mis piernas. Me hago a la mar de tu presencia en una barca lascivia. Vine a tentarte. Con la bandera del amanecer voy a proclamar míos tus puertos, todos los parajes recónditos de tus calendarios. Te hago verbo. Conjugado entre mis labios sabes a pecado. En tinta, sobre el costado del papel, te escribes onírico. Te me antojas mitológico, un Hecatónquiro que sostiene en cada una de sus manos mis deseos y por cabezas las fases del ciclo lunar. Me defino. Estoy dispuesta a buscarte en cada exhalación.

martes, 24 de agosto de 2010

Azar


En un movimiento arriesgado dios apuesta todas sus fichas, está seguro de que esta es la mano ganadora. Varios demonios mimetizan el gusto detrás de sus ojos oscuros. El innombrable, su líder, esboza media sonrisa con la comisura izquierda. Se tira la última carta. Dios se lamenta, el diablo le palmea la espalda de forma conciliadora y ríe a carcajadas. Abajo, en el mundo mortal, otro hombre está enamorado.

jueves, 19 de agosto de 2010

La noche contigo se cuenta en segundos

Leo. Me pierdo en la poesía, terreno plagado de amantes y dioses. Las musas danzan alrededor de mi cama, Adán me ofrece un esqueleto escarlata rodeado de serpientes y los suicidas dibujan las letras de cada texto en la pared. Trato de encontrarme. Exudo la sentencia del pasado, de lo imposible y la habitación se llena de aromas complejos. Todo se hace verso y los verbos pierden sentido. Cronos toma una daga y desmenuza mi sutileza. Tu inmensidad se me antoja a mar de náufragos, atestado de botellas con mensajes implícitos. Hace frío. Me sostengo de las sábanas y alcanzo una de las misivas. Letras doradas presagian mi ruina. La noche contigo se cuenta en segundos.