jueves, 12 de enero de 2012

Declaración ante un suspiro.


Contuvo la respiración. Sabía la forma correcta de hacerlo. Se pasó la tarde frente al espejo, probando, a ojos cerrados, a labios entreabiertos, con la mirada perdida o con una sonrisa de fondo. Trató hasta quedar complacido. Halló esa combinación milimétrica entre los movimientos que acompañan la inspiración y esa espiración prolongada que define al acto como suspiro. Sintió que blandía una espada o que apretaba un tridente. Se acercó sigiloso, empuñando con soltura su arma letal. La estrechó tratando de comprimirla en sus huesos, sonrió con los ojos cerrados y dejó salir el premeditado suspiro. Nunca previó aquel “Gracias, yo también…”  que terminó por desarmarlo.