lunes, 23 de julio de 2012

Incomprensión.


John Henry Fusel (1741- 1825)
Óleo sobre lienzo, Kunsthaus, Suiza. 

No te entiendo vida. Este afán tuyo de cerrar la puertas bajo mil aldabas, de sucumbir al destino como si de él fuesen todas las reglas o los caminos. Te entregas con la liviandad de una prostituta a cualquier requisito que el azar te imponga y conviertes el esfuerzo en apatía. No comprendo aquellas tardes tuyas, llenas de miel entre los dedos y pasos largos para alcanzar al abuelo. Todo ese teatro me acompleja cuando me veo la piel cansada. Te he olvidado muchas veces, no puedo negarlo, más mi excusa yace en cientos de necesidades que tu misma fuiste imponiendo con la fachada de la responsabilidad y la llegada de la adultez. No te intuyo, vida, cuando me abalanzo sobre ti con uñas y dientes, con la sed de mi pasado aborigen y tu sonríes detrás del consumismo volviéndome una fracasada.  Tus deducciones incoherentes me atan con fuerza a pretéritos irracionales, que no saben conjugarse, que solo aceptan el singular. Aparece entonces esa conjetura tan particular, tan tuya: entregas la respuesta con la imagen de dos espejos afrontados. ¡Maldita! ¿No te das cuenta que no dependo de ti sino de la muerte? Nunca me perdonaste aquel día en que lloré ante la belleza sutil de un cadáver que gritaba mi falta de conocimiento. Ahora cobras venganza acribillando cada uno de mis sueños y pintando las paredes con sangre de unicornio o enredando mis pies con el tul de mis muñecas. Vida, ¿nunca te diste cuenta que tengo ganas de sentirte? He intentado, sin lograrlo, retenerte en un latido o evitar la exhalación, pero de ti solo me queda ese momento efímero de gota de sudor contra el viento, de lágrima que se lanza al precipicio. Dejé de concebir tus apuestas vida, sé bien que estas equivocada porque yo siempre he sido la dueña de la voluntad. Me doy cuenta de repente que,  cuando arremeto contra ti, terminas convenciéndome de renunciar con uno de tus amaneceres encandilados o un poco de lluvia inesperada. Hoy voy a decirte vida, que yo también puedo fallarte si me lo propongo, que puedo dejar de esperarte y correr tras las hojas del otoño. Te recrimino tus pendientes, todas esas cosas que dijiste que no podía tener y fuiste reprimiendo con maquillaje de arrepentimiento. Te declaro ingrata. En esas noches en las que me sienta mitológica voy a abandonarte de una vez por todas, tomaré los votos de los viejos dioses y desertaré dejándote a tu suerte, como tantas veces lo haz hecho conmigo. Vida, no adivino ninguna de tus necedades. Estas presente para el que sostiene el vicio o la que se jacta del negocio, pero no para el deseoso, para el que tiene urgencia de vivirte. Y tal vez ese sea el secreto, vida, prefieres llegar cuando nadie te está esperando. 

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