domingo, 10 de octubre de 2010

El edicto del universo

A un creador de vida, con la misma promesa que la luna.

Hace muchos años, siglos tal vez, cuando en el mundo solo había un monarca que vagaba errante entre sueños y deseos, se sentaron las estrellas a deliberar sobre él. Me quedo corta con hablar de estrellas, fueron, más bien, todos los astros. La tierra, llena de mares y colinas, con valles plagados de cafetos y montañas con niebla, no podía pertenecerle solo a un hombre.
Franck Dicksee- Victoria, un caballero siendo coronado
con laureles
- óleo sobre marco, colección pública.  
El sol, suntuoso y egocéntrico, más gravitacional que el resto de los presentes - y sentado en la cabecera de la mesa, como le correspondía- habló con luz: El hombre está preparado, sabe lo necesario. Tiene el poder del verbo y la sentencia del adjetivo, no necesita más. La luna, escondida en la región más oscura de la mesa, esgrimió una sentencia por su compasión femenina: No - dijo menguando un poco- aún no está listo. No tiene centro como tú. Gira desordenadamente, creando caos, haciendo vida sin ton ni son. Las constelaciones más viejas, al unísono, asintieron, brincando entre las estelas de luz que dejaban varios cometas. Un nebulosa, sencilla y pequeña, sentada al lado del sol, preguntó: ¿Qué hacemos entonces? Si el rey no está preparado nadie podrá gobernar la tierra. Su maravilla quedará vacía, exhausta, olvidada. Todos guardaron silencio. Parecían haber encontrado la primera falla en aquel universo reciente. Se veían las caras tratando de acertar una respuesta, a tiempo que ocultaban su sentir real sobre el rey. Se adelantó entonces una pequeña enana roja, casi extinta. En un tiempo, mucho millones de año atrás, fue más poderosa que el sol. De ella solo quedaba un rescoldo, un esbozo de luz que lograba espantar un poco la oscuridad abisal del infinito. Dijo con voz quebradiza: este hombre ha hecho que yo vuelva a soñar con olas que empujen nuestra luz a los mares. Crea océano y vientre. Palpita, como ninguno de nosotros puede hacerlo. Sangra, suda y llora. Si alguno de los aquí presentes puede emular eso, que tome su trono en este momento, que lo haga abdicar. El universo entero guardó silencio. Comprendieron de pronto, sol, luna, estrellas y nebulosas, que el hombre había sido creado para recibir la bendición infinita de la creación perpetua. Solo el, en su condición de imperfecto, de humano, podía erigir. Se apartaron entonces de la tierra, prometiendo sendos regalos para el rey: el sol iluminaría sus días con rayos dorados para cubrirle el mar de oro. La luna bañaría los cafetos por las noches, con su panza de plata, para que el monarca pudiera seguir edificando aún en la oscuridad. La estrellas harían constelaciones idílicas, para que el rey soñara con nuevos caminos, con nuevas formas de vida, con aventuras fantásticas, quizá con una mujer. Las nebulosas se ocultaron un poco, prometiendo iluminar la ciencia de aquel ser que, rodeado de neblina y universo, sería el inventor de este nuevo firmamento. 

4 comentarios:

  1. La casualidad me trajo aquí. Y fijate que tu cuento me ha entusiasmado, talvez sea mi afición pro contar cuentos, mi deseo a que pueda pronto contarselo a mi sobrino.... Me quedo en tu casa de sueños y estrellas

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  2. Gracias Carlos, fue creado con esa finalidad. Eres bienvenido en este universo.

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  3. Este cuento me ha gustado mucho; no había leído antes nada parecido. Muy original: digno de los astros que describe.

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  4. Firmante. Gracias por todos los comentarios, son bien recibidos y tomados muy en cuenta. Saludos.

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