domingo, 13 de febrero de 2011

El disfraz de Minotauro

George Frederick Watts (1817-1914)
El Minotauro, óleo sobre lienzo
Galería Tate, Londres. 
Al la nueva interpretación de la misma letra.

Minotauro, da por sentada mi muerte.
No hace mucho, mi acreta incredulidad tuvo la sentencia solícita de tu laberinto. Otra vez, entre los linderos sencillos de mi cama, un gemido me sintetizo todos los textos de Apolodoro. Homicida frecuente, he aquí tu víctima perfecta. Tauro del sur, me haz hecho de minas el camino desde que franqueaste el borde de mi puericia. Eres parte del cíclico frecuente de mi mente, imprudente.
A veces, por el puro gusto de perder el tiempo con tu historia, me divierto inventándote hijo de Minos. Serías entonces más sencillo. Implicarte en mi muerte – y en la de muchas otras – sería menos lioso, podríamos hasta alegar suicidio, pues te haz aniquilado a ti mismo muchas veces entre los brazos de Venus.
Entonces, en medio de esta curva engorrosa, tu ascendencia divina sería aparente. Complejo entre lo enigmático, habrían mas diosas cobrando venganza con tu llegada, que vírgenes suplicando por tu partida. ¿Y si solo eres fruto de mi coincidencia? Tan espontáneo como una espiral. Elemental de átomos afables. Limpio, neto, en otras palabras, solo mitología.
Vengo tarde a darme cuenta, que hijo de Zeus o arrebato de Poseidón, la vehemencia de tu ofensiva me ha dejado a tu merced. Sicario de mis prerrogativas, dale vuelta a tus manos, descubre lo terreno de tu sangre, la ausencia de evolución. No puedo rastrearte en la antigüedad de mis días, no eres más que magia sensata de la alborada del pensador.
Asterión de mis noches, ¿quién te conoce realmente? Tu anuencia a la carne humana, tu asiduidad a la violencia, tu constante conformidad con mi prudencia y la persistencia de tu ocio hacia Dios. ¿Quién guarda el disfraz de tu madre? ¿Acaso ocultas tu también el cuerpo? Si tu aplicación frecuente a mis desvaríos, tu obstinación por ocupar el mundo mortal, tu pasión por otros códigos genéticos, te ha hecho íntimo de Dédalo, inicio del mismo final. Tú, que te frecuentas con fábula, te rozas con mi cobardía y te presentas con mis pecados, dame tregua. Yo solo me divierto. Confiesa de tus volubles caprichos, enterada de tus infortunios, percatada de tu insinuante adulterio, te celo la vida, deidad alebrestada. No quiero de ti más que la condición de omnipotente, un vestigio de mito para mi vida conspicua, que por mera afición, colecciona providencia.
En medio de la juerga que me ocupa las horas te cuestiono, como todo lo que hago. ¿Qué vas a requerir esta vez? Tienes para escoger: siete doncellas fugaces que te hagan farra con su belleza, siete caballeros andantes que te adiestren el diente, la carne y el temple, catorce mujeres que mengüen tus lunas entre las dunas de sus cuerpos, catorce hombres que te conformen un ejército de eruditos o de campantes. Te los doy por cuotas o inmediatos. No es una cata. Solo quiero reconocer que es capaz de inquietarte con toda una mesa servida. Si me descubres tanteándote el cuerpo mientras sondeas tu gusto, vuelve al principio, asesino, éstas incriminado por mi muerte.
Mi prolongada aventura, tú y yo somos de la misma calaña. Tú, engañado en Cnosos por la pasión de dos desconocidos. Yo, prorroga inconciente de los malos hábitos de los dioses: procrear mujeres indecisas que mezclen cuerpo y mente en un solo corazón. Tú, escrutador constante de la vida y sus pronósticos, o sus pretéritos. Yo, un pasado frecuente que inquiere todo el tiempo sobre el fruto de la vida. Somos lo mismo, pero alterados. Somos iguales, pero alternados.  Para tu saber estas son solo líneas. Una cruzada frecuente que me ameniza el seso y me regodea el cuerpo. Después de todo, te lo dije desde el principio verdugo, estas atrapado por mi muerte.

1 comentario: